martes, 13 de abril de 2010

Despues de la lluvia... Siempre sale el sol!



La vida del migrante no es fácil.

La persona que decide dejar su país para buscar nuevas oportunidades en otra nación tiene que tener cojones -disculpen la palabra- para renunciar al confort de su país, de estar rodeado de sus familiares y amigos, de sobreentender las reglas escritas y no escritas de la sociedad en la que nació, para sumergirse en un mundo nuevo, incierto y muchas veces inhóspito.

Sea cual sea la razón por la cual decidió migrar, sea cual sea el período por el cual uno decide viajar a un nuevo país… siempre va a ser difícil. Me lo van a decir a mí…

Decidí salir de mi querido Perú porque sentía que no tenía hacia donde crecer profesionalmente. A nivel personal también estaba cansada de ver a la misma gente, de salir a los mismos lugares, de sentir que me ahogaba al dar vueltas en una estructura social que carecía de sentido para mí. No es que menosprecie a mi gente, al contrario amo a mi gente con locura, pero en ese momento, a principios del 2005, me encontraba en un estado emocional que me gritaba: “Claudia, necesitas un cambio… y YA!”.

La idea de hacer una maestría siempre estuvo dentro de mis objetivos personales, entonces cuando se dio la oportunidad de estudiar en Australia, con todas las ventajas que ofrecía este hermoso país al estudiante internacional, no lo pensé dos veces. Bueno… tuve que maquinar la estrategia para financiarme mis estudios (que no fue fácil, tanto así que hasta el día de hoy me persigue ese karma), pero al estar tan decidida a irme, las puertas se me fueron abriendo, toditas, como si el universo me estuviese diciendo “Si Claudia, tienes que irte y YA!”.

Los primeros dos años de mi vida en Australia estaba tan concentrada en mi maestría, en gozar la experiencia de ser una estudiante internacional, de conocer gente y culturas nuevas, que el trabajo de entender una ciudad que me hospedaría temporalmente hasta que terminasen mis estudios, fluyó naturalmente. Obvio que me costó entender la cultura australiana, pues en nuestros países tenemos claros referentes, a través del cine y la televisión, de la cultura norteamericana y hasta de la europea… pero de cómo son estos locos maravillosos… nada!

Pero bueno, con una curiosa paciencia y mucho buen humor me iba acostumbrando al acento masticado y sus graciosas jergas, a lo igualitaria de su sociedad, a lo importante que es el alcohol en la vida social y profesional (por ejemplo, me impresionó que al final del semestre todos los profesores se aparecían en la última clase con cajas de vinos y bocaditos para celebrar el fin de ciclo… ¡dentro de la universidad! –la cual tenía dos bares adentro, por cierto), a sus animales tan insólitamente raros, a lo extremadamente caro que era todo, a caminar tranquila por las calles pues NADIE me iba a robar o gritar vulgaridades, a tener que mirar al lado contrario de la pista para no ser arrollada por los carros, al pintoresco y sarcástico sentido del humor de los aussies, a que el trabajo no es lo más importante en la vida... sino pasarlo bien… ¡NO WORRIES MATE!

Pero esa luna de miel entre Australia y yo terminó cuando decidí cambiar mi estatus de visa a la de residente, pues ahora sí estaba sola en esta maravillosa isla-continente, y me las tenía que ver por mí misma. Tuve que entender que era diferente por ser latina en un país donde muy poco se conoce sobre nuestra cultura, sobre nuestros países, sobre nuestros valores, sobre lo emprendedores que somos (la política migratoria australiana otorga visas normalmente a estudiantes y profesionales jóvenes, quienes generalmente en sus países ya tenían calificaciones y experiencia laborales que impresionaban en sus mismos países.). También tuve que entender que por mas nivel avanzado de inglés que tuviese, por más que había acabado una maestría en comunicaciones en una prestigiosa universidad australiana, al presentarme a una entrevista de trabajo siempre se ponía en duda mi capacidad como comunicadora pues mi acento me delataba como foránea.

Pero terca como una mula, pues ya estaba decidida a sacar mi residencia -y hoy a sacar mi ciudadanía- seguí remando el barco, aunque sea con la mano pero seguí remando. A pesar que mi mundo casi se me viene abajo con la crisis financiera global (ver post anterior) pues perdí mi trabajo y no lograba conseguir nada acorde con mi experiencia y calificaciones, hice lo que pensé que nunca haría, pasé por lo que nunca pensé que pasaría, pero al ser migrante y tener mi vida aquí, no me quedaba de otra. Muchas veces pasó por mi cabeza la pregunta de: “¿realmente vale la pena todo esto?”

Debo reconocer q vengo de una familia acomodada de Lima. Lo he tenido todo servidito siempre en bandeja de plata… y si hubiese decidido regresarme cuando todo se fue al piso, probablemente con el orgullo entre las piernas, hubiese podido regresar al Perú y mi familia me hubiese podido apoyar… pero algo me decía que tenía que aguantar un poquito más.

Fue así que entre noviembre del 2008 hasta noviembre del 2009 trabajaba de lo que sea 12 horas al día y algunas horas extras los fines de semana: limpiaba oficinas, trabajaba en un call centre, como data entry, haciendo de mesera, cuidando exámenes, como profesora privada de español… realmente una mil oficios (muchos migrantes se identificarán con esto puesto que es así como uno tiene que sobrevivir en un país ageno).

Una lectora hace unos días me preguntó si es que yo no pasé por alguna depresión… la verdad es que si la tuve ni cuenta me di pues no tenía tiempo para eso. Supongo que el apoyo de mis amigos, las fiestas (pues siempre había platita aunque sea para una botella de 5 dólares de vino), la comunidad latina en Adelaide que, como yo, estaban pasando por circunstancias similares, eso creo que me ayudo mucho a digerir esos tiempos difíciles. Pero con paciencia y buen humor las cosas fueron mejorando.

En diciembre decidí hacer un viaje a Melbourne con una amiga para pasar año nuevo… unas merecidas vacaciones pues habíamos encontrado pasajes y hospedaje baratísimos. Mi situación laboral en Origin Energy, la empresa para la cual trabajo, no se afianzaba como me lo prometían desde agosto… pero la tarde antes de irme a Melbourne mi jefa con lágrimas en los ojos viene corriendo y me dice: “¡Claudia, lo logre, me aprobaron tu puesto! No es permanente, pero por lo menos es un contrato de un año en un mejor puesto y con mucho mejor sueldo” (antes me pagaban por hora trabajada sin derecho a vacaciones o a enfermarme!).

Me fui feliz a Melbourne. Visite museos, salí por la noches a diferentes lugares y hasta me animé a comprarme unas cositas (Melbourne es conocida como la capital de la moda y las compras). A mi regreso decidí mudarme de casa, pues en ese aspecto también necesitaba un cambio, empezar a comprarme muebles, a sentirme más en casa (sobre todo ahora que tenía un contrato por un año).

A partir de febrero del 2010 empecé mi nuevo rol. No es necesariamente lo que pensé en lo que terminaría trabajando, pero la verdad es que me está abriendo muchas oportunidades en esta empresa (me van a capacitar, me dan más responsabilidades cada día, soy la única que lo sabe hacer). A pesar de que me han dado un contrato por un año, el proyecto en el que estoy tiene por lo menos para 5 años más, así que supongo que hay posibilidades de extensión de contrato por más años y de trasladarme a otra ciudad si es que hay la oportunidad.

A mediados de este año aplico a la ciudadanía australiana y posiblemente en setiembre me la estarían dando.
Yeeee! Voy a tener mi pasaporte con cangurito!!!
También a finales de este año viajaré al Perú después de casi 4 años que no veo a mi familia, a mis amigos y a todos esos nuevos restaurantes y lugares turísticos que sólo los conozco por los reportajes que veo asiduamente en youtube. Este año va a ser muy importante para mí, pues ya con la calma después de la tempestad, me siento con la confianza de poder decidir cuál será mi siguiente reto para el 2011, luego de mi viaje a Perú y/o de lo que me ofrezca Australia todo este año en el plano laboral y personal.

Este viaje ha sido uno con altos y bajos, con días soleados llenos de aventuras, con noches frías acompañadas de sendas copas de vino barato maldiciendo el día que dejé mi país, de paseos con amigos a lugares extraordinariamente bellos, de tardes viendo la lluvia caer sobre las ropas recién tendidas, de madrugadas regresando a mi casa haciendo locuras por las calles, de hacer y deshacer maletas, de armar y desarmar muebles, de disparatados malos entendidos por las barreras comunicacionales, de descubrir cómo funciona una lavadora de ropa, de aprender nuevas palabras -tanto en inglés como en español-, de cocinar arroz por primera vez, de pretender saber hablar portugués e italiano, de reconocer quienes eran mis amigos y quienes no, de organizar fiestas, de traducir sin éxito chistes y refranes españoles al inglés, de comer canguro y Vegemite, de hacer pub crawlings, de lograr metas… de vivir mi vida como la quise vivir.

La vida del migrante es difícil, pero es la vida que uno decidió vivir.

Muchas gracias a todas esas personas que me ayudaron a emprender este viaje, a las personas que me apoyaron para que continuara y a todas ellas que estarán conmigo el día de mañana celebrando mis aciertos o tropiezos, con una sonrisa, con una copa de vino en mano, diciendo con fingido acento australiano: “¡No worries mate!”